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······································································· Roulotte:03
······································································· JAMAC. Mônica Nador
······································································· Atlantida / Instant City. José Miguel de Prada Poole
······································································· Working Title: Public Spirit. Terence Gower
······································································· Urban Fiction. Pia Rönicke
······································································· Loop Feedback Loop: The Big Picture of Traffic Control In Los Angeles. CLUI
······································································· Les petjades de la història. Francesc Abad
······································································· baggage roulotte:03. Rirkrit Tiravanija
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Título provisional: Espíritu Público. Terence Gower

El Programa Smithsonian de Investigación para Artistas es un nuevo programa que ha puesto en marcha la Smithsonian Institution en Washington D.C. (EE.UU.). El programa se concibió para apoyar a los artistas durante su investigación en los extensos archivos del Smithsonian. Cuando me invitaron a participar en este programa, decidí emprender una investigación sobre la arquitectura del Museo de Arte Hirshhorn. El museo fue diseñado por Gordon Bunshaft y se abrió al público en el Washington National Mall el año 1974.

Lo que me atrajo de la construcción del museo fue su audacia. Aunque encaja de manera lógica dentro de la obra de Bunshaft (en aquella época el arquitecto estaba explorando las nuevas formas que hacían posibles los avances en tecnología de la construcción, especialmente los voladizos y los arcos de cemento pretensados), el cilindro de cemento flotante del edificio sobresale dramáticamente de su contexto. Cuando se planificó el edificio, a finales de los años 60, el estilo arquitectónico imperante en la capital norteamericana era el del estándar gubernamental internacional del simbolismo clasicista, compartido por los gobiernos soviéticos, fascistas y capitalistas por igual. El “donut de cemento” del Hirshhorn rompió de forma extravagante con este estándar.

Quería saber si esta ruptura era indicativa de algún tipo de cambio ideológico en el gobierno norteamericano. Esta es una preocupación presente en buena parte de mi obra en los últimos cinco años: la posibilidad de que la forma sea el significante de la ideología. Un ejemplo: una instalación museística que exhibo actualmente (La Pared Roja) toma muestra de la policromía arquitectónica de las primeras vanguardias (De Stijl, Constructivismo, Bauhaus) mediante la instalación de una sola pared roja. Mi observación ha sido que esta yuxtaposición de planos de colores sólidos también conjura la ideología compartida de aquellos movimientos, especialmente una clara ruptura con el pasado y la creencia en un futuro ordenado (un sentimiento promovido en ciertos condominios mediante el uso del mismo dispositivo formal: la pared de un solo color).

A continuación viene un resumen de mi investigación en el Smithsonian. Esta investigación constituye la narrativa de un video documental que está en fase de producción en Nueva York.

La planificación del Museo Hirshhorn se sitúa en el contexto del legado de la construcción pública iniciada por el New Deal que puso en marcha F.D. Roosevelt en los años 30. Considerados originalmente como proyectos de construcción con el objetivo de mantener la gente ocupada durante la depresión, los programas financiados públicamente para la construcción de escuelas, hospitales, viviendas e instituciones culturales pronto fueron reconocidos por sus beneficios sociales y económicos. La atmósfera de apoyo a las obras públicas creada por el New Deal continuó con el modelo de “Great Society” del presidente L.B. Johnson a mediados de los años 60. El empuje público empezó a decaer tras los años 60, hasta que nos quedamos con la situación actual en los EE.UU., donde los gobiernos locales no pueden obtener la suficiente financiación pública para que la educación pública alcance unos estándares no mucho más altos que los del Tercer Mundo.

Por lo tanto, en términos muy reducidos, el periodo de los años 30 hasta los 60 supuso un prolongado paréntesis en la tradición de conservadurismo económico del gobierno norteamericano. La intersección de este periodo con un lapso parecido al conservadurismo estético del gobierno es lo que hizo posible el Museo Hirshhorn. El proyecto empezó con un pacto entre caballeros: un intercambio de cartas entre el Presidente Johnson y el donante de la colección del museo, Joseph Hirshhorn. El presidente, aconsejado estéticamente por su mujer, puso en marcha una rápida secuencia de acontecimientos. Se aprobó una ley en el congreso, se consiguió financiación, se encontró un arquitecto, se diseñó el edificio y empezó la construcción. Pero al llegar el año 1970 (con el museo a medias), se fue poniendo de manifiesto un nuevo clima político, con voces que pedían la cancelación del proyecto, argumentando motivos tanto económicos como estéticos. Casi sin presupuesto, y después de una infructuosa caza de brujas en el Congreso por parte de la derecha, milagrosamente la obra se terminó. El edificio de Bunshaft, reliquia de una era anterior (probablemente más abierta) había prevalecido. Y Joseph Hirshhorn, que se autodenominaba el “Pequeño Hebe de Brooklyn”, encontró su lugar en el National Mall, al lado de Abraham Lincoln (con las consiguientes expresiones de horror de los conservadores).

El rol de Joseph Hirshhorn en esta historia es un rol peculiarmente americano. El regalo de Hirshhorn (más de 6.000 obras de arte) llegó al museo con el nom-bre del coleccionista, y el curador de la colección, Abraham Lerner, fue nombrado director del museo. Este tipo de mezcla de intereses públicos y privados era habitual en la capital norteamericana (James Smithson y la Smithsonian Institution, Charles Lang Freer y la Galería Freer, Andrew Mellon y la Galería Nacional de Arte). Además, este modelo de colaboración proporcionó un sitio eficiente y elegante para albergar la colección de Hirshhorn. Sin embargo, los planes que tenía originalmente el coleccionista para la colección eran mucho más grandilocuentes.

Tras emigrar a los Estados Unidos desde Letonia cuando era pequeño, Joseph Hirshhorn pasó de los barrios bajos de Brooklyn a la Bolsa de Curbside de Nueva York. Con veintiocho años ya había ganado su primer millón de dólares, pero consiguió retirarse de la bolsa unas semanas antes del Crack de 1929. A continuación, Hirshhorn se interesó por la minería en una zona remota del Canadá. Sus acciones en minería financiaron la prospección y explotación de oro y cobre por todo el país. En el año 1953, Hirshhorn se hizo rico en el oeste de Ontario con uno de los hallazgos de uranio más grandes del norte de América, y pasó a ser conocido como el Rey del Uranio.

Las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki anunciaron el comienzo de la Guerra Fría. El oportuno hallazgo de uranio por parte de Hirshhorn fue vital para la participación de los EE.UU. en la carrera armamentista de la Guerra Fría, siendo el uranio el ingrediente esencial para la fisión nuclear. Por razones de control de seguridad y de beneficios, el gobierno del Canadá se erigió en el único cliente de la operación de Hirshhorn, actuando de corredor de bolsa y a la vez de cámara de compensación para el Pentágono. Hirshhorn ganó más de 150 millones de dólares.

En el año 1955, Hirshhorn decidió recompensar la región que le había hecho tan rico. Concibió una utópica ciudad de la cultura. En la ciudad de Hirshhorn, Ontario, habría miles de nuevos trabajadores de la industria minera. Un museo albergaría la creciente colección de arte de Hirshhorn y en el centro de la comunidad se establecería un parque de esculturas, además de un teatro, una sala de conciertos y una biblioteca. Habría otras instalaciones públicas y comerciales concentradas en un centro urbano dominado por una torre dedicada a las oficinas de la administración minera: un símbolo de la empresa privada que estaba detrás de este impresionante despliegue de espíritu público.

El arquitecto de esta trama, Philip Johnson, llegó a la vida de Hirshhorn a través de su mujer, la pintora Lilian Harmon. En el año 1952 Johnson ofreció gratuitamente sus servicios de diseño a la sinagoga de Harmon. Pero existía la sospecha que la propuesta de Johnson fuera un intento de recuperar la confianza de los judíos, después de un periodo protagonizado por una imagen pública pro-nazi en los años 30. Finalmente Johnson se encargó del proyecto de la sinagoga, que a través de Harmon lo llevó a conseguir cuatro encargos (sólo completó uno) por parte de Hirshhorn, un judío receloso del antisemitismo.

En los años 50, Philip Johnson todavía imitaba la arquitectura de su “Maestro” Mies van der Rohe. Se podría afirmar que el interés de Johnson en Mies era esencialmente formal, desvinculado de la filosofía arquitectónica subyacente en la  obra. A lo largo de su carrera, Johnson realizó sus diseños siguiendo una serie de estilos, empezando por el Estilo Internacional (un término suyo), pasando al Historicismo y terminando con la “de-construcción”. En su plan de Hirshhorn, Ontario, Johnson hacía referencia al diseño del campus IIT de Mies, que en aquellos momentos se estaba finalizando en Chicago. Un plan de la ciudad más bien insípido se hizo más interesante gracias a la concepción del arquitecto y los clientes de una “Torre en la Naturaleza”, la torre de oficinas de la compañía minera que sobresalía por encima del entorno natural.

Tradicionalmente, las comunidades mineras habían tenido una calidad efímera, pasajera, debido al cariz limitado de los recursos naturales. Normalmente los mineros preferían vivir con su familia en un remolque para poder recoger rápidamente y trasladarse al siguiente des-tino. Hirshhorn y sus asociados creían que el volumen de uranio en el norte de Ontario era lo suficiente grande como para poder establecer un asentamiento con una verdadera infraestructura. La primera respuesta práctica a esta necesidad fue la creación de Elliot Lake, Ontario, una modesta ciudad planificada, que gradualmente ha ido ampliando su industria al turismo y a la explotación de los bosques a medida que ha ido disminuyendo el boom de la minería.

La ciudad de Hirshhorn tenia que ser diferente. Era una población dedicada a la belleza, la cultura y la educación. Era un ideal personal de infraestructura de progreso social, impuesta sobre el paisaje y habitada por gente de verdad. El proyecto tenía puntos en común con los experimentos de colectividades creadas artificialmente por compañías, como por ejemplo los Familisterios de Godin en la Francia del siglo XIX. Pero lo que lo hacía único era su énfasis en la cultura.

Joseph Hirshhorn era un coleccionista compulsivo de obras de artistas vivos. Lilian Harmon hizo una buena definición de su estilo: “Hirshhorn compraba arte como si estuviera ante una ruleta”. Pero Hirshhorn nunca compraba arte para obtener beneficio. Según el coleccionista, compraba por amor y compraba para la posteridad, con la idea que las obras permanecerían para que disfrutara el público.

La esencia del proyecto de Hirshhorn tenía el mismo espíritu público. Era una visión de vida pública reforzada por el arte y la cultura, ideada y planeada por un solo individuo. Pero en Hirshhorn, Ontario, el espíritu público expansivo del gigante de la minería cayó derrotado por los temores proteccionistas de las comunidades vecinas, y la ciudad nunca llegó a construirse. Es posible que el proyecto no tuviera un gran mérito arquitectónico, pero tenía valor como experimento socio-cultural, y por la peculiaridad del concepto en que se basaba: el Museo Hirshhorn en una zona remota del Canadá.

Epílogo

Joseph Hirshhorn dejó tres rastros con su sello: dos en Hirshhorn, Ontario, y uno en el National Mall de Washington D.C.

El primero, la Hirshhorn Guesthouse, diseñada por Philip Johnson como un rectángulo Miesiano de techo plano y paredes de vidrio, rodeada por bosques y con vistas al lago Huron. La casa se basaba en un modelo especulativo diseñado en 1954 para otro cliente de Johnson. El arquitecto le vendió una copia a Hirshhorn, que la construyó rápidamente cerca de lo que debería ser la ciudad en la primavera de 1955. La casa expresaba la misma fricción deliberada de modernidad tecnológica en un entorno natural inmaculado que el proyecto de la ciudad original de Johnson.

En segundo lugar está el impacto medio-ambiental que causó el uranio. La explotación minera y el procesamiento del uranio han dejado niveles elevados de residuos radioactivos en las cercanías del emplazamiento de Hirshhorn. Estos paisajes lunares son el legado de la industria de la Guerra Fría, el reverso distópico de los esquemas públicos utópicos de Hirshhorn.

Por último está el Museo Hirshhorn, diseñado por Gordon Bunshaft en Washington D.C. El impresionante cilindro que alberga el museo es un testamento de la investigación del arquitecto sobre los límites de la forma a partir de las nuevas tecnologías de la construcción.

Terence Gower