roulotte:05

······································································· Roulotte:05
······································································· (English) The Monster’s tail. Ariella Azoulay / Adi Ophir
······································································· Walls / Shelters / Holes. Miki Kratsman
······································································· Street Exhibitions. Activestills
······································································· Real Estate. Domènec
······································································· 48_Nakba. Domènec / Sàgar Malé / Mapasonor
······································································· In the Absence of a Currency. Shuruq Harb
······································································· Decolonizing Architecture. Sandi Hilal / Alessandro Petti / Eyal Weizman
······································································· Zion. Kertesz / Maor
······································································· Baggage Roulotte: 05. Jan Tichy
·······································································


Buy Roulotte:05
Shipping included


La cola del monstruo1. Ariella Azoulay y Adi Ophir

A pesar de que Israel insiste en que el muro no es más que un escudo temporal frente a los ataques terroristas, sus detractores sostienen que se trata de un importante proyecto geopolítico ilegal que irrumpe en tierras palestinas y se apropia de facto de vastas extensiones de su terreno, causando una devastación injustificable a los palestinos que viven a lo largo de su perímetro y su entorno. Tanto detractores como defensores presentan el muro como una nueva estrategia, bien de lucha contra el terrorismo, bien como parte del proceso de colonización y control de Cisjordania. Desde ambas partes se juzga o se justifica el muro según las intenciones ocultas tras su construcción y por los efectos directos que tiene en el entorno, hasta el momento tan sólo anunciados y apenas evaluados. A lo largo de este texto vamos a poner en cuestión dicha asunciones, argumentando que el muro es uno de los numerosos instrumentos del aparato de poder israelí en los Territorios Ocupados, cuya función debe entenderse en el contexto de un análisis estructural e histórico de su modus operandi. El presente texto propone y esboza dicho análisis como punto de partida para examinar la relevancia estratégica del muro. A nuestro parecer, tal inmenso proyecto de construcción y destrucción es parte, y resultado, (quizás el más visible, pero no el principal) de una fase de la ocupación que dura ya más de una década2, intensificada tras la segunda Intifada, aunque sin alterar su lógica y estructura básicas.

La economía de la violencia

Desde el comienzo de la segunda Intifada palestina, la violencia en el conflicto entre Israel y Palestina ha aumentado y cada vez es más espectacular. Esta clase de violencia mata de forma instantánea, casi siempre a inocentes, causando heridos y daños en círculos concéntricos en torno a los centros de erupción, que afloran en ambos bandos cuando se hace uso de armas y bombas contra población civil y combatientes, de forma más o menos indiscriminada. Pese a los intentos de justificar la violencia de unos, por un lado, y mostrar la de otros como una expresión de barbarie fruto de la pura crueldad, por el otro, las series de escenas espectaculares se suceden con tal consistencia y regularidad que dan lugar a una impresión de simetría entre bandos, reflejada en la retórica de las expresiones “ciclo de violencia” o “interminable cadena de venganza”. Tales metáforas son sin duda engañosas, y no porque se pueda fundar y probar que un bando sea justo y el otro cruel, sino porque esta inexacta lectura simétrica de la violencia no sólo ignora un contexto de casi cuatro décadas de colonización y desposesión, sino que tan sólo tiene en cuenta la violencia espectacular sin contemplarla como una más de las facetas y elementos que conforman la economía de la violencia en su globalidad. A fin de comprender dicha economía, se hace necesario analizar las relaciones funcionales y estructurales entre las diversas formas y actos de violencia y los patrones básicos según los que se distribuye en ambos bandos. Tan sólo así es posible comprender la producción sistemática y crónica de desastre en los Territorios Ocupados que sitúa al pueblo palestino “al borde de la catástrofe humanitaria”3.

Llegado este punto se hace necesaria una breve digresión sobre el concepto de violencia. Por lo general, ésta suele asociarse a un estallido de fuerzas físicas, más o menos espectacular, que desgarra cuerpos u objetos. A este tipo de violencia la llamamos espectacular, ya que siempre es un acontecimiento para ser visto (incluso cuando no haya nadie mirando, como en un atraco en un callejón oscuro o una masacre en un lugar apartado). Pero una acción es violenta incluso cuando se suspende la erupción de fuerza física y la insinuación y la disuasión reemplazan el contacto material con el cuerpo expuesto. En este caso la llamaremos suspendida (aunque todo el mundo esté mirando, no hay nada que ver). La violencia siempre ocurre en la interacción entre la espectacularidad del estallido y la suspensión y su eficacia depende de que se mantenga la distancia entre los dos extremos.4

Las diversas formas políticas de sociedad difieren entre sí por el modo en que el espacio  se organiza y se mantiene. Por ejemplo, en el caso de las democracias modernas, éstas se presentan como sistemas de poder que se esfuerzan en reducir la violencia espectacular, reemplazarla por violencia suspendida y hacer ambas tan invisibles como se pueda. En una democracia liberal, sólo se puede pasar de la violencia suspendida a la espectacular cuando atañe al cumplimiento de la ley. La violencia suspendida no resulta suficiente cuando un gobierno pierde legitimidad o no consigue recuperarla, cuando impone políticas a la población dominada de forma unilateral o cuando el recuerdo de dicha imposición es reciente. Aun así, incluso en los casos más extremos, ambas formas de violencia coexisten e interactúan. Si la erupción de fuerzas se prolongara ininterrumpidamente, sin intervalos de calma, las partes en conflicto perecerían en una lucha a muerte.5

Desde el inicio de la segunda Intifada, la ocupación israelí en los Territorios Ocupados se ha caracterizado por un precario equilibrio entre la violencia espectacular y la suspendida. Gracias al enorme despliegue del ejército por todas partes, la presencia de las fuerzas en suspensión se ha intensificado y se ha hecho más visible, reduciendo el lapso de tiempo necesario para reaccionar y accionar dichas fuerzas. Esto se ha traducido en momentos de erupción más frecuentes, letales y destructivos que nunca antes en las cuatro décadas de ocupación. El ejército está desplegado en todas partes, como en estado de guerra, aunque no la haya, pues ésta halla en suspensión. Lo “único” que hay es un gran número de incursiones, redadas nocturnas y matanzas con objetivos señalados y “daños colaterales” locales, además de bombardeos suicidas, tiroteos esporádicos, demolición de viviendas (como castigo o ataque), destrucción de infraestructura, de forma circunstancial o intencionada, y numerosas detenciones y encarcelamientos. A pesar del enorme aumento del número, la duración y el alcance de estos ataques y enfrentamientos perfectamente planificados, sobre todo en la Franja de Gaza, y cuyo efecto acumulativo es obvio, la gran mayoría de soldados estacionados en los Territorios Ocupados durante las últimas décadas, incluyendo los años de la Intifada, no han entrado en combate contra nadie. La violencia ejercida se ha limitado al uso de armas,  porras y tanques, a la insinuación en los puntos de control o a la voz anónima que declara el toque de queda, cuyo eco acompaña a las patrullas a pie o motorizadas. Esta contención en el uso de la fuerza es precisamente el tipo de violencia más utilizada, la que está presente en todas partes, que puede aflorar repentinamente casi en cualquier sitio y momento y que coacciona los movimientos de los palestinos y supone un gran impacto en sus actividades. La violencia suspendida es efectiva sin tener que eclosionar, ya que prohíbe, impide, retrasa y complica las actividades más simples, mina cualquier preferencia, reduce las actividades diarias, enloquece a las personas y, a veces, incluso mata. En ocasiones, su impacto es incluso más catastrófico que el de la violencia espectacular.

Sin embargo, cuanto mayor es la presencia de la violencia suspendida, menor es la línea que la separa del estallido. No hace mucho (en noviembre-diciembre de 2004), la prensa israelí se hizo eco de una nueva oleada de “cuestionamientos morales” y “autorreflexión” centrando otra vez la atención en el “comportamiento inmoral” de los soldados israelíes en los Territorios y esforzándose por describir las operaciones militares de acuerdo con ciertas premisas morales que se supone regulan y legitiman la violencia. Casi cada semana, la prensa revela un nuevo incidente en que la violencia suspendida estalla y resulta en ocasiones mortal, sin que sea sancionada. Al mencionar estos sucesos supuestamente excepcionales y terribles, muchos olvidan que lo que habría que cuestionar es la violencia suspendida que acarrea la presencia de las tropas israelíes en territorio palestino y que las condiciones que permiten el salto de la suspensión a lo espectacular varían constantemente. No hay ninguna norma que rija la presencia de la violencia suspendida ni las condiciones que dictan su erupción. Con demasiada frecuencia, ésta se traduce en espectáculos de muerte y destrucción en los que “lo-inesperado-siempre-era-lo-de-esperar”. Al mismo tiempo esta violencia se coagula en la suspensión y en la presencia de tropas, visible y amenazadora, o en la invisibilidad de “unidades especiales”, “instigadores” y “terroristas”.

Los Territorios Ocupados se han convertido en una “zona de indistinción”6 entre ambos tipos de violencia en la que el cuerpo ocupado se halla constantemente expuesto a todo tipo de peligros, desamparo y abandono. El “escándalo moral” que suscitan algunos de dichos estallidos de violencia podría leerse como un intento de establecer una importante distinción entre una forma de violencia y otra y en su apariencia de legitimidad, así como el control del salto de una a otra. Todo ello sucede en un momento en que dicho control de la distinción y la transición entre ambas, crucial para racionalizar las operaciones del aparato del poder, se ve amenazado por nuevas técnicas de segregación y control de movimientos que el mismo aparato ha puesto en práctica recientemente7.

Pero incluso ahora, tras la serie de “incidentes inmorales” aparecidos en la prensa y a la vista del gran aumento y el alcance de los enfrentamientos entre tropas israelíes y milicias palestinas dispersas, la fuerza acumulada en los diversos instrumentos de violencia no se recrudece. Pocas veces se cruza el umbral de la violencia espectacular8 pues, en la mayoría de los casos, la población ocupada prefiere obedecer, darse la vuelta, renunciar a quejarse, esperar en la cola, desvestirse, ponerse delante de la cámara, bajar la voz o callarse. Su resistencia se neutraliza sin tener que recurrir a dicha violencia. Aunque este éxito es efímero ya que, para generarlo, el poder necesita una violencia suspendida cada vez más intensa, más amenazadora y con estallidos cada vez más frecuentes de violencia espectacular a causa de la creciente pérdida de poder disuasorio de la primera. Dicha pérdida de poder no se debe a una reducción de presencia militar (que sólo aumenta), sino al hecho de que los palestinos tienen cada vez menos que perder. Para lograr la misma sumisión, las muestras de poder deben ser más imponentes.

La presencia de la violencia suspendida se hace necesaria y se intensifica debido a que el aparato gubernamental en los Territorios carece de los tres tipos de control que, bajo circunstancias normales, le permitirían confiar en el uso de signos y símbolos de violencia suspendida, reducir su visibilidad y evitar recurrir a la espectacular. En primer lugar, no existe una legislación: el sistema legal al completo se halla en suspensión, sustituido por una serie de mandatos ad hoc y regulaciones que cambian constantemente9. La naturaleza arbitraria del poder hace que las normas no sean efectivas a menos que vayan acompañadas de violencia suspendida visible. El aparato dirigente necesita de una presencia ingente de este tipo de violencia para simplemente dictar y modificar normas y aplicarlas en el control del comportamiento de los ocupados. Y éstos la necesitan para saberlas y comprender qué se espera de ellos: cómo ir a trabajar, a la escuela, por dónde pasar para ir a comprar pan o cómo poner una bomba.

En segundo lugar, el aparato del poder carece de espacios donde impartir disciplina, a parte de las prisiones y los campos de detención, cuyo papel no es educar, adoctrinar o reformar, sino excluir e intimidar a sujetos no deseados por el poder. En tercer lugar, y en lo que concierne a la población palestina, tampoco existe un aparato ideológico que cumpla esa función, ni por medio de prácticas disciplinarias, ni de forma independiente. Obviamente el poder gobernante en Israel está profundamente imbuido de producción ideológica, pero sus consumidores son sus propios ciudadanos.10 La sublevación palestina ha eliminado prácticamente la posibilidad de que el gobierno israelí pueda servirse de medios ideológicos o de adoctrinamiento para gobernar a la población palestina. El poder se muestra incapaz de modelarles y convertirles en sus súbditos. Con la aplicación de las leyes en suspenso y sin aparato disciplinario e ideológico, los palestinos de los Territorios no pueden convertirse en súbditos de Israel, al contrario de lo que sucede con los palestinos ciudadanos israelíes. El palestino ocupado no es un súbdito ni según la acepción moderna del término ni según su antigua acepción latina: a diferencia del súbdito moderno, al palestino no se le reconoce como receptor de derechos ni como fuente de conocimiento y acción. Pero tampoco es un subjectus, alguien que, a diferencia de un esclavo, obedecía a su amo por convicción y voluntad propia y cuyo sometimiento se insería en una cadena de sometimientos y autorizaciones de la que incluso el soberano formaba parte11. El palestino que se halla bajo la ocupación no es ni súbdito ni ciudadano. Es un no-ciudadano sujeto a un poder gobernante de quien no es súbdito y al que obedece por un temor manifiesto a su autoridad, algo que recibe como pura agresión y arbitrariedad. Políticamente es un mero objeto del poder, tanto un objetivo de éste como un obstáculo que se le opone e interfiere en su camino. A ojos del poder, es un destinatario de acción simbólica, concebido ante todo para ser receptor de acción violenta. La resistencia puede aflorar cada vez que ose replicarle al gobierno, intentando hacerse con su posición.

Así pues, desprovisto de la mediación de la ley, la ideología y la disciplina, el poder gobernante debe intensificar la presencia de la violencia suspendida y recurrir a la violencia espectacular, siempre a punto de entrar en juego. En lugar de educar y disciplinar a sus súbditos, el poder hiere sus cuerpos y destroza sus propiedades. El castigo ya no se asocia a la ley sino a la resistencia, a cualquier presencia que se le dirija en otros términos que no sean los suyos. Y la violencia espectacular no se limita al castigo y al cumplimiento de la ley, sino que sirve principalmente para preservar la fuerza disuasoria de la misma violencia suspendida. La resistencia, la reclamación de libertad y espacio propio en medio de los esfuerzos controladores del poder, le brinda a éste la excusa perfecta para pasar del control a la destrucción, convirtiendo los focos de resistencia en zonas de destrucción. No obstante, cabe mencionar que, en la mayoría de incidentes violentos que acarrean destrucción, (de lugares, casas, carreteras, infraestructuras y todo aquello que Amira Hass llama “armas de construcción ligera” y que han transformado el espacio habitado de Palestina), ésta es el resultado de unas políticas diseñadas para aniquilar el entorno material sin tocar los cuerpos de las personas de forma directa.

Los ciudadanos que son buenos súbditos de su gobierno interiorizan el poder  en mayor o menor grado, mientras los no-ciudadanos, subyugados a un poder arbitrario que pone la ley en suspenso y actúa sin ningún tipo de mediación, no interiorizan nada de nada. Para ellos, el poder debe actuar mostrándose abiertamente, estando presente en la superficie que controla. El poder sólo se entiende como algo externo, visible, una fuerza amenazadora siempre presente en la interacción entre los estallidos de la violencia espectacular y el desastre y la presencia creciente de la violencia suspendida. Al ser no-ciudadanos, los palestinos carecen de cualquier herramienta legal para negociar con el poder el modo en que se les gobierna12. Así que, si no quieren ofrecer resistencia abierta ni obedecer sumisamente, lo único que les queda es intentar eludir el poder o engañarlo con improvisaciones, simulaciones y disimulos de todo tipo para evitar parecer sospechosos. Aunque siempre lo parecerán, por lo menos mientras sigan siendo capaces de replicarle al poder. Para éste, la resistencia no es sólo las acciones palestinas, sino su mera presencia e identidad.

El gobierno israelí rechaza que el uso continuado de la violencia de todo tipo pueda alentar la resistencia violenta y engendrar más violencia que la que pretende evitar. Después de cada ataque terrorista, los portavoces israelíes se apresuran a declarar que nunca hay bastante prevención, por lo que no queda más remedio que usar todavía más violencia para prevenir la violencia imprevisible. Periodistas, políticos y ciudadanos repiten sin pensar estos clichés en los que la violencia siempre se presenta como preventiva. La violencia se genera para prevenir la violencia13. Esta “violencia para prevenir la violencia” (VPV) asume la existencia de una fuente inagotable de ella, que no se debe materializar. Todo palestino constituye, con su mera presencia, una fuente y un destinatario de violencia suspendida. Pero, a diferencia de la presencia visible y molesta de este tipo de violencia en el bando israelí, la amenaza palestina es principalmente clandestina, siendo muy difícil dejarla al descubierto. Para ello hay que amenazar, restringir el movimiento, controlarlo, infiltrarse en lugares para controlarlos y controlarlos para infiltrarse, practicar arrestos para hacer investigaciones e investigar para practicar arrestos, destruir tierras de cultivo para desenmascarar y desenmascarar para destruir tierras de cultivo, imponer el toque de queda, el confinamiento y el estado de sitio para restringir el movimiento, y viceversa. Así pues, la VPV es tan productiva como destructiva. Transforma el espacio, crea nuevas construcciones, inventa instrumentos y métodos de control y produce y distribuye ansiedades, amenazas, rumores y riesgos innumerables. Esta violencia posee un carácter totalizador; se dice que sin ella todo el mundo será abandonado; pero, para darle rienda suelta, cualquiera puede ser abandonado. Siempre está en funcionamiento, no debe cesar un momento, nunca se toma vacaciones y está aquí para quedarse. Todo el espacio israelo-palestino se halla dominado por esta lógica absurda.

Walter Benjamin propuso una útil distinción (útil en condiciones políticas “normales”) entre violencia fundadora, en el caso de una revolución o golpe de estado, y violencia conservadora de derecho, en el caso de la acción de un ejército cuyo fin es cumplir la legalidad.14 La violencia suspendida que describimos parece quedarse fuera de esta definición, ni conserva el derecho ni funda un nuevo orden legal, ni siquiera desdibuja el contorno de ambas. Benjamin deconstruye su propia definición al argumentar que las políticas de un poder “sin forma”, cuya presencia es “intangible, omnipresente y fantasmal”, son para fundar nuevas leyes y preservarlas, en una idea que también desarrolla Derrida en uno de sus famosos trabajos15. Sin embargo, la ambigüedad, inherente en la violencia, que es también fundadora cuando conserva, y conservadora cuando funda, no se puede aplicar a la violencia suspendida. Mientras la violencia policial o militar de la que hablan Benjamin y Derrida es fundadora y conservadora a la vez, la violencia suspendida no es ni una cosa ni la otra.

En los Territorios Ocupados, la violencia suspendida se aplica cuando el derecho está en suspenso total y no hay ningún intento de crear un sistema legal alternativo. Dicha violencia no conserva el derecho, sino su suspensión y constituye, no una nueva legislación, sino una situación de no-ley, que mantiene y recrea sin cesar. No obstante, hay que señalar que el derecho no se ha abolido, sólo suspendido, lo que significa que, al contrario de lo que sucede en una situación de anarquía producto de una guerra civil o una catástrofe provocada, el sistema legal no se niega. De hecho, su negación total también se halla suspendida. La presencia ubicua y cada vez más intensa de la violencia suspendida deja en estado de suspensión no sólo al derecho, sino también a una posible erupción de violencia generalizada en forma de “guerra total” o de catástrofe espectacular de gran magnitud.

Las autoridades israelíes y la mayoría de su población representan y justifican tal violencia en aras de la “seguridad” y la necesidad de proteger a los ciudadanos de Israel de la versión palestina de violencia espectacular. A nuestro parecer, el impacto restrictivo real de la VPV no repercute en los terroristas palestinos, sino en la maquinaria de guerra israelí. Se trata de una forma de violencia que su aparato militar utiliza para imponer restricciones y evitar la eclosión total, tras tanta suspensión, del poder destructivo acumulado y desplegado en los Territorios. En casi cada gran enfrentamiento se reproduce la fantasía de estas eclosiones catastróficas. En ocasiones, las operaciones militares se conciben y se presentan como pequeños ejercicios de futuras operaciones a mayor escala, o que hay que tener preparadas por si acaso. Siempre puede haber una matanza más terrible que la actual en un barrio palestino o en un campo de refugiados. Lo que dura días puede prolongarse meses. Se pueden detener, deportar y matar a más palestinos, dinamitar más casas y arrebatar o “exponer” más tierras cultivables. Siempre existe una razón política y moral para mantener una operación en su estado y alcance actuales, “limitados”, posponer la próxima fase, retirarse antes de tiempo y, aún así, declarar “que se han alcanzado todos los objetivos”. Mientras siga siendo flexible la diferencia entre la irrupción fantasmagórica del poder de la violencia y el poder real, mientras el umbral de lo tolerable continúe desplazándose y las personas se acostumbren alarmantemente a tipos de violencia que hasta hace poco les escandalizaban, la catástrofe real o desastre de gran magnitud quedará siempre lejana. Del único desastre del que existen indicios y que, por tanto, se puede abordar, es el que avanza sigilosamente y se hace crónico. La catástrofe espectacular debe posponerse siempre. Las autoridades israelíes permiten la participación de organismos como las ONG locales, los observadores internacionales y las agencias, pero sólo para cooperar con ellos en el abastecimiento de ayuda humanitaria cuando el peligro de catástrofe es demasiado inminente.

La violencia suspendida le permite al aparato dirigente funcionar sin ley, disciplina, ni ideología, aunque también sin guerra ni catástrofe. Los Territorios Ocupados se hallan a las puertas de la ley y casi al límite de la guerra y la catástrofe, pero nunca llegan del todo. En las actuales circunstancias, con un ejército israelí enfrentado a unos pocos grupos terroristas diseminados y mal armados, el estallido de la guerra acarrearía éxodos e incluso matanzas masivas de civiles. Puesto que los Territorios ya están ocupados y el enemigo no tiene ni gobierno ni ejército, el único objetivo de la guerra sería reducir drásticamente el número de no-ciudadanos, no-súbditos subyugados al poder israelí, para acabar del todo con su existencia como seres políticos. No obstante, los palestinos no han sido aniquilados, ni asimilados, ni expulsados masivamente ni integrados. Se hallan regidos por el estado israelí como seres humanos temporales, excluidos de éste, atendidos mediante el abandono, como nuevos tipos de homini sacri, en el sentido que Giorgio Agamben le da a el término16. La violencia suspendida instalada en el aparato de poder deja la solución final en suspenso. La suspensión de la presencia y la presencia de la suspensión de la guerra total o catástrofe, por un lado, y la de la instauración del derecho por el otro, constituyen los dos polos posibles que estructuran el régimen israelí.

Creemos que la reflexión entorno al “muro” debe empezar desde la comprensión de estos hechos. En apariencia el muro constituye una perfecta máquina arquitectónica y geoestratégica de violencia suspendida. Concebido como herramienta de seguridad, está pensado para reducir el número de éxitos en los ataques terroristas. Por su parte el gobierno lo ha presentado como una medida efectiva17. Al parecer, se afirma que no sólo reduce la violencia espectacular palestina, sino que también contiene, o como mínimo reduce, la necesidad de respuesta violenta israelí. Aunque precisamente por ser un mecanismo útil de VPV, perfectamente integrado en la estructura actual de puestos de control, controles de carretera y circunvalaciones, el muro multiplica la presencia de violencia suspendida y aumenta de forma dramática su efecto destructivo, creando las condiciones de un estado de desastre crónico para los habitantes palestinos de Palestina.

Al borde de la catástrofe

El cometido del muro es asegurar el cierre práctico, potencial y virtual de los Territorios Ocupados de Palestina y su separación total de “lo que sería” Israel, sea cuál sea su trazado, y de los asentamientos judíos dentro de los Territorios. Lo que tiene de nuevo no es el cierre en sí mismo, sino su imposición y cumplimiento sin excepciones, así como la presunción de que el cierre total sea posible. Cuando se aplica la ley marcial o se somete al control policial en casos de emergencia, el cierre declarado de una zona se hace efectivo mucho antes que su cierre arquitectónico, si es que éste llega a suceder. La delineación de un espacio como cerrado y el cierre como cualidad de un espacio son conceptos que, aunque no necesariamente, suelen apoyarse en obstáculos materiales. Muros, vallas y diques pueden ayudar a erigir dicho cierre, pero también pueden significar un obstáculo para el movimiento sin promover un sistema de cierre total. La resistencia, longitud o profundidad de estas construcciones depende tanto de la resistencia que genere el cierre como de la voluntad de imposición de éste. El muro no es la herramienta que crea el cierre, sino la que impone y mantiene un sistema de clausura ya existente frente a una creciente resistencia a la geografía de la separación en círculos locales e internacionales, y la que encarna una voluntad cada vez mayor de imponer la separación total sin respetar ningún trazado geopolítico.

Todo ello se hace evidente al percatarnos de que ya hace mucho tiempo que los Territorios Ocupados han sido aislados o, por lo menos, preparados para poder ser aislados del resto del mundo. El primer cierre total de la zona se declaró en 1991, durante la guerra de Irak. Durante más de seis semanas, los espacios palestinos dentro de los Territorios Ocupados quedaron separados del exterior y de las zonas judías que hay en su interior, convirtiéndose en campos de reclusión para los habitantes palestinos. Lo que inicialmente era una medida extrema, rotunda y poco sofisticada, adoptada a raíz de una situación excepcional, se ha convertido desde hace tiempo en una rutina. Este cierre se ha transformado en un sofisticado aparato sui generis, integrado por un conjunto de herramientas arquitectónicas, de observación y militares quasi legales que circunscriben el espacio, lo aíslan y controlan por dónde y en qué medida se puede penetrar en él. Esta transformación tuvo lugar sobre todo durante los años de Oslo, al amparo del proceso del paz del mismo nombre. Los territorios se ha convertido en un puzzle de espacios semi-aislados cuyos límites se pueden redefinir en cualquier momento por decisión caprichosa o estratégica de los comandantes israelíes locales. Cada uno se halla conectado o desconectado de los demás según decretos militares impredecibles que, en cuestión de minutos u horas, convierten cada pedazo de territorio en un campo aislado. La segunda Intifada aceleró el proceso y sirvió de pretexto para la consolidación de este mecanismo de dominación, presente mucho antes del inicio de su aplicación. Así mismo, también le obligó a hacerse más visible (más tarde retomaremos este tema).

Pero, ¿dónde están exactamente “los territorios”? La Green Line (Línea Verde) que supuestamente separa Israel del territorio palestino ocupado por Israel en 1967 hace tiempo que ya no existe, tan sólo persiste en los mapas de las autoridades palestinas y los israelíes de izquierdas para marcar la separación entre las fuerzas jordanas e israelíes declarada por el acuerdo de armisticio de 1949, y la línea que esperemos que un día separe el estado de Israel de un futuro estado palestino. A lo largo y a los lados de esta Línea Verde, se ha levantado muchos pueblos y aldeas que, junto con las antiguas poblaciones israelíes (tanto árabes como judías), conforman la llamada Seam Line (traducida a veces como “línea o zona de juntura”), una franja de tierra larga y ancha. Tanto para civiles, soldados y colonos israelíes, como para los palestinos, los territorios comienzan donde termina la Seam Line, aunque nunca se ha dibujado un mapa de este límite. Se trata de una línea flexible, que puede renovarse a diario sobre el mapa y sobre el terreno según las “necesidades del momento”. Hace poco, estas necesidades significaron una serie de cierres locales y el cierre hermético de las zonas palestinas, todas ellas en mayor o menor grado. Según la definición más prudente, y quizás la más acertada, el término “Territorios” designa en realidad toda aquella zona que puede ser cerrada sin aviso y sin mas proceso previo que el decreto que emita un general del ejército. La zona “clausurable” no tiene porque cerrarse en su totalidad o a un mismo tiempo. En el caso de circunstancias extremas, como la guerra de Irak o alguna operación militar importante, así como en fechas señaladas, como las vacaciones del Año Nuevo judío, la Pascua judía o el Día de la Independencia, el cierre supone una medida para englobar toda la zona, mientras en otras ocasiones, éste es parcial y local y sólo sirve como recurso de división y separación.

La autoridad para declarar un área “zona militar cerrada” no se limita a los Territorios Palestinos, sino que la ostentan los ejércitos a ambos lados de la Línea Verde, como parte de la ley promulgada durante el estado de emergencia en la época del Mandato Británico y que no ha sido eliminada por la legislación israelí. Tras el desmantelamiento del régimen militar impuesto en pueblos y aldeas árabes entre 1948 y 1966, esta medida se ha usado en varias ocasiones en las zonas donde viven árabes israelíes y beduinos, pero casi nunca en las zonas judías. Y mientras desde 1966, para los ciudadanos israelíes el cierre se ha dado sólo en casos excepcionales, desde 1991 los no-ciudadanos palestinos lo viven como norma. En la actualidad,  las “zonas clausurables” palestinas se representan, organizan, articulan y coordinan a través de los tres mapas inabarcables que utilizan los principales grupos que habitan y se desplazan por la zona: los residentes palestinos, los colonos judíos y los soldados israelíes.18

Los miembros de los tres grupos no pueden coexistir en los mismos lugares y mucho menos residir de forma permanente. Apenas pueden desplazarse por las mismas carreteras y cuando lo hacen, las utilizan de forma muy distinta. Para los soldados, el espacio entero es permeable, ningún lugar resulta inaccesible19 y no hay ningún escondite que se les escape, aunque penetrar en algunos enclaves puede ser más difícil y trabajoso que en otros. Los cierres y las restricciones afectan tanto a palestinos como a colonos, aunque de forma muy diferente: mientras para los colonos el cierre hermético de su espacio y la limitación de movimientos son medios para protegerles, para los palestinos las mismas medidas son elementos de intrusión y penetración, una red para el despliegue de la violencia y un pretexto y un sólido refuerzo para sus estallidos espectaculares.

Los tres mapas inabarcables representan y reproducen el constante esfuerzo por mantener separados a judíos y palestinos. La segregación étnica se encuentra en casi todas las zonas residenciales, lugares de trabajo, zonas comerciales y, sobre todo, las carreteras que las unen, aunque no de forma igual de estricta, formal o efectiva en todas partes. No obstante, el despliegue de asentamientos de colonos y bases militares a lo largo de Cisjordania, junto con las pocas instalaciones de infraestructuras económicas y médicas con que cuenta la zona, provocan que ningún grupo pueda quedarse quieto en su propia zona, moviéndose sólo por las carreteras interiores y sin cruzar el espacio de otros. La fricción constante entre los miembros de los tres grupos se hace inevitable y provoca más intentos por mantener la separación que, a su vez, originan nuevas fricciones. El muro forma parte del viejo sueño de poner fin a la fricción y mantener las zonas separadas, tan “limpias” y “puras” como sea posible. Pero como casi todas las herramientas locales de segregación, el muro también significa una división que tan sólo reubica el lugar de fricción, el momento de encontrarse y el modo de contaminar “espacios estériles”.

Así pues, el espacio no sólo se segrega étnica y funcionalmente, sino que su propia organización origina dicha segregación. Al mismo tiempo, el control de movimientos que ejerce el ejército israelí, junto a la libertad de la que él mismo goza, sirve para integrar aquello que está constantemente segregado. La violencia que se usa para imponer la segregación espacial o para irrumpir en espacios cerrados vincula ambos lados de toda frontera al aparato de poder que los engloba. Por lo tanto, el despliegue de la violencia suspendida y el estallido ocasional de la espectacular integran aquello que ha sido segregado espacialmente mientras, al mismo tiempo, la distribución del poder vuelve a segregar lo que la violencia en estado puro ha integrado.  Aún así, la dialéctica no es simétrica pues, después de todo, el espacio del ejército también abarca el de los colonos y de los palestinos y los  comprime en uno solo, modificando su contorno, redibujando los límites e imponiendo nuevas maneras de interconexión entre ellos.

Naturalmente, existe otro espacio que se esgrime como superior: el espacio imaginario de los colonos, la Tierra de Israel completa (Eretz Israel hashlema) que, teóricamente, comprende la zona palestina y la del ejército. Su equivalente tangible sería un mapa que incluyera la repartición de tierras, la planificación medioambiental y arquitectónica, las “avanzadillas” y “ampliaciones” de nuevos barrios y poblaciones recientes, que no muestran ningún respeto por sus vecinos. Éste es el espacio de colonización, constantemente en cambio. Se dice a menudo que el ejército se limita a seguir las iniciativas de los colonos y a protegerles de la violencia palestina allí donde estén y que no atiende a los palestinos cada vez que los judíos entran y salen de su campos y huertos. No obstante, por grande que sea la importancia geopolítica de lo colonizado o por poderosa que sea la peculiar combinación entre espacio imaginario y su representación detallada en los mapas de planificación del entorno, la realidad es que la autoridad y la capacidad para decretar e imponer el cierre de un espacio colonizado y decidir las excepciones recae únicamente en los mandos del ejército, no en los líderes colonos. Por mucho que éstos irrumpan tanto en espacios militares como palestinos para redefinir sus límites con avanzadillas, incursiones en pueblos y cultivos y controles en carreteras de circunvalación, todo ellos “ilegales”, la segregación espacial y la (re)integración tan sólo pueden tener lugar por medio de la presencia militar y la articulación de dicho espacio en su lenguaje y sus mapas. Y es más; únicamente el soberano (encarnado por el gobierno, el ministro de defensa, el jefe del gabinete o el comandante local), del mismo modo que posee autoridad para decidir las excepciones, es quien puede declarar el “abandono” o la retirada, de cualquier tipo, de ciertos espacios. La excepción y la exclusión sirven para reapropiarse de lo excluido y reestablecer el derecho20, mientras que el “abandono” o la retirada son herramientas para recuperar el control de la zona y reinstaurar el poder del ocupante.

De este modo, el llamado plan de retirada sirve para recuperar el control y reafirmar su autoridad en la Franja de Gaza. Sin juzgar sus otras intenciones, éste ya ha surgido el efecto deseado, (mucho antes incluso de que cualquier colono abandone su casa a la fuerza) y continuará siendo una de sus consecuencias si jamás llega a materializarse. Lo mismo sucede con el muro. Mucho antes de concluir el proyecto, y en varios sitios mucho antes de empezar a erigirlo, el espacio se ha redefinido y redistribuido, dando lugar a nuevas reparticiones de tierra, restricciones de movimiento y métodos para reintegrar el espacio que el muro, planeado o ya construido, vaya a dividir. En los dos casos expuestos, el espacio se redefine y se redistribuye unilateralmente a fin de recuperar el control total sobre la forma de moverse de los palestinos al entrar y salir de sus enclaves, sin entorpecer la penetrabilidad del espacio palestino, que queda siempre abierto a las incursiones del ejército israelí. También en ambos casos, algunos de los espacios de los colonos se ven amenazados por la reestructuración del espacio militar. Mientras en la Franja de Gaza se prevé su eliminación total, en Cisjordania se esperan más restricciones para los asentamientos que no queden circundados por el muro. Estos agravios futuros, para los que ya se han previsto grandes compensaciones, son consecuencia del hecho que los colonos judíos de los Territorios Ocupados no sean ciudadanos normales: la legislación israelí protege todos sus derechos, excepto sobre el propio espacio colonizado. Esos territorios nunca han sido totalmente anexados y la presencia de los colonos nunca se ha integrado completamente como algo “natural” en la mentalidad colectiva israelí, y mucho menos admitido por los no-israelíes. El sistema legal israelí no puede garantizarles ni la libre circulación por los Territorios ni la posesión de tierras. Desde el punto de vista del sistema, el espacio colonizado nunca ha sido pacificado ni “civilizado”(a parte del territorio anexado en la zona más extensa de Jerusalén) y se mantiene en un estado de emergencia permanente. Se trata de un lugar en el que el derecho nunca se ha implantado (ni retirado) completamente y la excepción se ha convertido en la norma, en la dueña del lugar. El espacio en sí (palestino en su mayoría, aunque no todo) se puede abandonar, dañar y destruir sin riesgo de castigo21. Además, durante muchos años, los gobiernos israelíes han actuado como si este espacio no pudiera ser puesto en tela de juicio, ni tan solo en pro de la paz, una postura que comparten muchos nacionalistas judíos y fundamentalistas religiosos. El espacio colonizado, abandonado a prejuicios que quedan impunes y excluido del reino de sacrificio religioso, se ha convertido en algo sagrado, una suerte de spatium sacer. Como si el propio espacio hubiera asimilado las características de un homo sacer,22 frente a la situación palestina de homini sacri. De hecho, en una primera instancia, los palestinos fueron apartados de este espacio por su supuesta naturaleza sagrada, cuya colonización dirigieron una avanzada de fundamentalistas mesiánicos que trabajaron para transformarlo con el fin de cambiar el tiempo histórico.

Todas y cada una de las facetas de la vida palestina, como la economía, el trabajo, el ocio, la política, la resistencia armada, la cultura y la educación, se desarrollan en el interior de este espacio sagrado/abandonado, por lo que se ven restringidas y definidas por un sistema de segregación e integración que opera en todas sus vertientes y manifestaciones. Dicho sistema no acata otra ley que la que inventa constantemente, que se inscribe y reinscribe en el espacio que controla y transforma incesantemente. La plétora de normas y reglamentos para articular, regir, contener o describir, una vez consumadas, las operaciones del aparato del poder tan sólo tienen algo en común: que están sujetas a la fase actual y temporal de especialización del aparato, al cual dan forma y transforman constantemente. Nada es más constante que el cambiar constante del aspecto espacial de estas normas. Aunque su autoridad provenga de la ley israelí, aunque a veces se vean refrenadas por un respeto ocasional, limitado y parcial por la ley humanitaria internacional o reflejen los cambios de intensidad de la resistencia palestina, la presión de los colonos, las maniobras diplomáticas o los intereses económicos, no obstante, todas estas influencias se hallan siempre sujetas a la mediación y a la articulación de la distribución del poder y la triple segregación/integración del espacio. Sin mucho esfuerzo extra y en muy poco tiempo, el mecanismo de cierre y restricción de movimientos es capaz de hacer que cualquier aportación exterior (legal, política, económica, moral u otras) deje de tener sentido dentro del sistema de dominación y evitar que se lleve a cabo.

Todo ello da fe de las diferencias obvias, aunque desiguales, en la situación y el bienestar de los palestinos de las diversas zonas dominadas. A la vez que el gobierno reacciona tanto frente a la resistencia palestina como, en ocasiones, a su sumisión, los comandantes locales gozan de cierta libertad para decidir sobre el cierre y el movimiento. Así, mientras hay lugares donde la gente puede ir a trabajar, a la escuela e incluso hacer vida social sin interrupciones, en otros puntos nadie puede acudir a trabajar durante semanas, las escuelas se cierran y las personas permanecen confinadas en sus casas durante largos días y noches. Estas diferencias siempre se justifican desde el punto de vista de la seguridad, lo que precisamente viene a decir que hay que resegregar o reintegrar el espacio según las nuevas necesidades del aparato del poder, que no acata otras normas que las suyas. El cierre y la limitación de movimientos son en aras de la seguridad, dicen, aunque se articulan y distribuyen de forma espacial: seguridad para los judíos, abandono para los palestinos. Garantizar la seguridad implica perpetuar la distribución del espacio de un poder cuya ley se halla en suspenso y cuya presencia es como un péndulo entre la violencia espectacular y la suspendida, así como entre la segregación y la reintegración violenta del espacio: un lugar sagrado, permanentemente el borde del desastre.

Cuanto mayor es la violencia de dicha segregación y reintegración en el espacio, más se parece a un campo, según la definición de Agamben23. Aunque no es un campo de concentración, ni de trabajos forzados, ni de refugiados, sigue siendo un campo, un lugar cerrado con un derecho en suspenso y un poder que ejerce una serie de segregaciones espaciales sobre segmentos ya segregados de la población. En dicho campo, la suspensión excepcional y temporal se instala como estado natural de las cosas. La vida se convierte en nuda vida, desprovista de la protección de un sistema legal o un estatus político, completamente invadida por los mecanismos de poder que la hace, al mismo tiempo, objeto de conocimiento y destinatario de violencia. En el campo, esta nuda vida es el punto donde confluyen el conocimiento y el poder, donde se intercambian, se alimentan y se producen mutuamente, incesantemente, sin derecho ni discurso político de por medio. Las normas del poder se inscriben directamente en los cuerpos de la población, en sus propiedades y en su espacio, y cualquier intento de reclamarlos se interpreta inmediatamente como resistencia contra este poder.

Con todo, el campo no es un espacio donde se ha enviado o deportado a los palestinos, sino una estructura impuesta en su lugar de residencia. Para ellos, el campo está dentro de sus casas, aldeas y pueblos, huertos y campos. A la fragmentación del espacio y el control total de sus movimientos se le suma la temporalidad impuesta al espacio palestino por parte del poder. Las restricciones, regulares y excepcionales, suelen ser temporales. Lo documentos de identidad y permisos para salir y entrar de las zonas cerradas también son temporales y hay que renovarlos con frecuencia24; en la zona más extensa de Jerusalén hay miles de personas que han perdido, literalmente, el derecho a regresar a su lugar de origen por todo tipo de motivos administrativas25. La demolición de casas es ya tan frecuente que, en algunas zonas, la existencia de un hogar propio parece algo temporal26. Además, la amenaza de la deportación y la expulsión flota permanentemente en el aire, como la presencia suspendida del arma espacial total.

En muchos campos, las personas se hallan en un estado de transición más o menos temporal. Esta temporalidad, junto a la fugacidad, el sentimiento de aplazamiento y la suspensión que los caracterizan crean o confieren una identidad común a todos sus habitantes, sean turistas, soldados, detenidos, refugiados o deportados. Al haber perdido o abandonado, temporal o definitivamente, su identidad y raíces en su lugar de origen y sin haber llegado todavía a su destino, comparten una experiencia similar: el campo suspende o borra las diferencias, a menudo notables, sobre su origen y destino y se convierte en un destino común. En los Territorios,  las personas se ven abocadas a un estado de transición fruto del mismo estado en que se hallan sus espacios de residencia. Y por ello, el destino común de Palestina aparece terriblemente fragmentado. La fragmentación del espacio origina diversos destinos locales según las condiciones contingentes y específicas de cada uno de los enclaves o celdas separadas de la totalidad del campo. Además, quienes habitan en tales celdas separadas espacialmente comparten un importante atributo: carecen de ciudadanía. Y precisamente de este modo, en calidad de no-ciudadanos, es como pertenecen al estado de Israel27. Esta privación y la naturaleza de su existencia política permiten convertir sus aldeas y pueblos en celdas de nuevos campos que, a su vez, hace posible su expulsión permanente del reino del derecho y la política, de la civilización y la cultura. El campo no es un lugar donde se ha juntado a los palestinos, sino que el hecho de que se haya “clausurado” su lugar de nacimiento “dentro de un campo”, es lo permite que su existencia se vea permanentemente reducida a una nuda vida.

La construcción del muro ha hecho visible el “confinamiento” de los palestinos en los  campos. Su implantación posee efectos destructivos concretos para toda la población atrapada en sus tentáculos serpenteantes y, al parecer, también está teniendo graves efectos psicológicos tanto en israelíes como en palestinos. El muro ha contribuido a la aparición de nuevas formas de resistencia no violentas y plurinacionales, mediante las que moradores palestinos, israelíes de la izquierda radical y voluntarios de diversas organizaciones internacionales protagonizan actos de desobediencia civil en las zonas de su construcción. Con todo, el muro no ha aportado ningún método nuevo de dominación que no existiera ya a nivel local. Antes de su levantamiento ya se aplicaban sistemas como la separación, la fragmentación del espacio, la segregación espacial según la identidad nacional, los intentos de “limpiar” más lugares de palestinos, la reducción radical del volumen de su movimiento y el control riguroso y detallado sobre todo aquello que se moviera. Lo que el muro añade es, por un lado, la destrucción del entorno palestino a lo largo del trazado, cuya lógica reside precisamente en la ausencia de pauta comprensible y, por el otro, el fantasma de la separación total, interpretada por medio de muchos nuevos puntos de fricción.

Dicho de otro modo, el muro no ha creado el campo, sino que la estrategia y la realidad del confinamiento han conducido a su construcción. La transformación de los territorios en espacio sagrado, se prefigura ahora de forma totalmente visible por medio de la construcción del muro (aunque no sólo) y todo lo que lo rodea. Dicho espacio es una zona de excepción fuera de los límites de la ley, generada íntegramente sin residuos por medio de la interacción incontrolada entre la violencia espectacular y la suspendida que aboca a unas dinámicas de construcción-destrucción, fragmentación, segregación y reintegración. En lugar del muro construido, lo que hay que enfatizar aquí es su construcción: el largo proceso de planificación, los preparativos legales, militares y físicos, los enfrentamientos políticos y diplomáticos (en el plano local e internacional), las frecuentes modificaciones del trazado, el desmantelamiento y desplazamiento de fragmentos, las constantes prórrogas en la construcción de algunos segmentos (por falta de dinero, presiones políticas y diplomáticas, fallos judiciales, acuerdos locales con habitantes o colonos, etc.), cambios frecuentes en el número de puertas abiertas en funcionamiento, su estatus y regulación. Cada paso del proceso, cada una de las curvas en los cientos de quilómetros de su trazado, cada apertura o cierre de alguna de sus puertas, sirve de excusa para segregar y reintegrar espacios, para que el ejército se despliegue de nuevo y permita la interacción entre la violencia espectacular y la suspendida. Puede que el muro haya brindado mayor seguridad a los israelíes, pero ha hecho estragos entre los palestinos y ha mantenido la “seguridad”  como un principio de segregación y colonización. Cada curva en el camino ha facilitado que se encontraran nuevas formas para sacralizar espacio y relegar al abandono a sus habitantes. Un instrumento estático de separación espacial ha resultado ser tan sólo la cola de un monstruo sigiloso que devora y reterritorializa espacio al mismo tiempo, sin llegar a cortarlo jamás en dos.

El muro no es únicamente un gran proyecto en construcción, sino un proyecto inacabado en el que la inconclusión parece ser más estructural que accidental, por lo que no parece arriesgado afirmar que permanecerá inacabado “para siempre”, hasta que un día, un nuevo proyecto (de anexión completa o de genuina reconciliación) ponga fin a todo ello. El papel del muro no consiste en reducir la violencia, sino en ampliar y reproducir la dominación y reinscribirla en el espacio. El muro no pretende separar completamente dos comunidades en conflicto, sino que forma parte de un mecanismo de segregación y reintegración espaciales que sirve para que el bando al poder controle el conflicto. Para tales propósitos, toneladas de cemento armado no son tan efectivas como las puertas de acceso que albergan y los constantes cambios de estatus y regulaciones28. Aquello que en realidad sucede “en el suelo” no lo contiene el muro de hormigón. Forma parte de lo que incluye y de lo que rodean las entradas y las zonas de fricción circundantes que, junto con las partes inacabadas del muro, conforman una red de permeabilidad en cambio permanente que esparce el poder, permite proseguir con el proceso de colonización, confina a la población palestina en un campo y disecciona su vida cotidiana.

Las autoridades y los artífices de las corrientes de opinión israelíes sostienen que el muro supone una mera sustitución de la solución política. Su carácter temporal permitiría eliminarlo en tiempos de paz o reubicarlo según el acuerdo a que llegaran ambas partes pero, mientras tanto, constituye una solución política suspendida. A falta de ésta, el muro es una solución militar-geográfico-arquitectónica que entretanto “nos” protege y “les” abandona. Y al parecer, la única manera de “conseguirnos” una protección perfecta es “abandonarles” completamente. El muro es la encarnación y el medio que articula dos fantasías complementarias: por un lado, la desvinculación total de los palestinos (“Ya no queremos ver a ninguno por aquí”) y su absoluto abandono (“Dejemos que se maten entre ellos, que mueran de hambre, que se beban el mar de Gaza”). Sin embargo, estas fantasías nunca podrán realizarse plenamente, pues la desvinculación total implica el abandono absoluto y el desastre “total” se halla en un estado de suspensión similar a la posposición de la decisión política. Desde 1967, la mayoría de gobiernos israelíes, igual que sus equivalentes palestinos en varias ocasiones, optaron por una política tácita de evadir y posponer dichas decisiones pero, tras la segunda Intifada29, la suspensión del desastre a gran escala ha pasado a ser un elemento esencial de su aparato de gobierno en los territorios.

Como consecuencia de la geografía de la segregación, la capacidad de los palestinos para ganarse el sustento ha disminuido hasta niveles subsaharianos30, cosa que, al mismo tiempo, es un modo de perpetuarla. Al llevar a la población al borde del desastre, se fomenta la sumisión y la dependencia y se moviliza a la comunidad humanitaria internacional, de modo que la economía palestina, y por lo tanto la ocupación, pasa a sustentarse en las subvenciones en unas proporciones muy superiores a las de cualquier otra crisis humanitaria contemporánea31. Pese a la tirantez y la tensión obvias entre ellas, la violencia suspendida y la acción humanitaria trabajan de forma simultánea, se complementan y coordinan sorprendentemente bien. En la actualidad, la suspensión es el gozne que articula la conexión entre el aparato humanitario y el militar. En el nuevo tipo de campo palestino, todo se halla en suspensión, en compás de espera: la vida cotidiana, el derecho y el sistema legal al completo, la guerra total, el abandono (en sí mismo una forma de suspensión), el desplazamiento de masas de población, la eclosión total de la catástrofe humanitaria, una salida política permanente del conflicto o una solución final, sea cual sea su naturaleza. El aparato violento del poder deja en suspenso no sólo la ley y la vida cotidiana, también la guerra total y el desplazamiento de masas, en un proceso en el que el aparato humanitario desempeña un papel activo. La distribución directa de ayuda y su impacto indirecto en la opinión pública y en las autoridades israelíes evitan que el desempleo devenga malnutrición y que ésta, a su vez, provoque una hambruna que, al no generalizarse, deja en suspensión la situación de desastre que acarrearía. Asimismo, con su sola presencia en calidad de representantes y miembros de la comunidad internacional, contribuyen, por lo menos de forma temporal, a la suspensión de las políticas de dominación de mayor brutalidad y ayudan a evitar que las matanzas dirigidas se conviertan en masacres y que el derribo local de viviendas aboque a toda una población a un desplazamiento en masa.

En los peores momentos de crisis, y a fin de que ésta no empeore hasta cruzar la línea imaginaria que la separa de la “auténtica” catástrofe (una línea que se redefine según los cambios de sensibilidad y la atención de una no menos imaginaria “comunidad internacional”), el aparato de poder se muestra dispuesto a aligerar un poco el yugo, abrir puertas de acceso nuevas o destinar más soldados a los puestos de control para aligerar su cruce, entre otras reconsideraciones. La mayor parte de compromisos entre soldados israelíes y residentes palestinos se inscriben en este contexto y atañen a las interminables negociaciones para entrar, salir o cruzar los Territorios. Los palestinos esgrimen las “razones humanitarias” como uno de los pocos argumentos a que pueden apelar para obtener un permiso de circulación32 y se ven obligados a presentar y representar las necesidades básicas de sus mínimos vitales, su sufrimiento y sus pérdidas para obtener los permisos que les autoricen a mantenerse en esos mínimos y aliviar algo su padecer33. Su magnitud, y la de la humillación que encuentran en las puertas de paso, no se pueden esgrimir en tales negociaciones, pues son condiciones de las mismas. Las puertas y los puestos de control a ambos lados del muro son teatros donde las personas (re)presentan su nuda vida, en ocasiones varias veces al día.

El muro no ha reducido la existencia palestina a dicha nuda vida, ni ha levantado ese teatro donde ésta se representa. Tan sólo le ha conferido mayor visibilidad, una presencia más amenazadora y un escenario de dimensiones enormes, además de intensificar con total claridad el espectro de la solución final (en forma de separación o deportación) y el sentimiento de temporalidad que ello provoca. Los bloques de hormigón que se levantan, visibles desde todas partes, significan que la separación total es inminente, que incluso la existencia de la nuda vida está en juego, que cada vez que se cruza es algo temporal, que cada logro en un puesto de control es efímero y debe ser reconquistado con otra nueva ronda de tortuosas negociaciones. Aún así, siempre hay puertas de acceso, siempre existe la posibilidad de reabrir entradas cerradas y todavía hay zonas sin muro que afirman que el desastre real no ha sucedido aún, que existen posibles líneas de vuelo, que la resistencia, y no sólo la sumisión, debería hallar un cauce y redirigirse hacia donde avance la cola del monstruo. Y es precisamente la pervivencia de esta resistencia lo que reafirma a los israelíes en la necesidad del muro.

1          Este texto es un fragmento de un work in progress más amplio. Algunas partes se presentaron durante la conferencia “The Politics of Humanitarianism in the Occupied Territories” (La política del humanitarismo en los Territorios Ocupados) en el Van Leer Jerusalem Institute (20 y 21 de abril 2004).
2          La línea de demarcación dictada por el gobierno de Shamir durante la Guerra de Golfo de 1991 fue la primera medida de cierre impuesta a los Territorios Palestinos en su totalidad. Amira Hass, “Colonialism Sponsored by the Peace Process” (El colonialismo patrocinado por el proceso de paz), (en hebreo), octubre 2003, p. 12.
3          Jean Ziegler, Relator especial de la ONU, “Report submitted to United Nations on the Right to Food in the Occupied Palestinian Territories” (Informe para la ONU sobre el derecho a los alimentos en los Territorios Ocupados de Palestina), (avance de la primera edición sin revisar, borrador no publicado), septiembre 2003. El informe nunca se ha publicado oficialmente debido a presiones israelíes y norteamericanas. El texto es tan sólo un ejemplo de los numerosos informes en esta línea publicados por diversos gobiernos y agencias internacionales como observadores de la que se podría definir como la crisis humanitaria mundial más estudiada y mejor documentada en la actualidad. La primera conclusión del informe especial del Comité Internacional para el Desarrollo, de la Cámara de los Comunes británica,  “Development, Assistance and the Palestinian Occupied Territories” “(Desarrollo, asistencia y los Territorios Ocupados Palestinos) del 5-2-2004, establece que “los niveles de malnutrición en Gaza y partes del West Banks son tan malas como las de cualquier lugar de África subsahariana. La economía palestina no podría ir peor, a menos que se hundiera”. Véase también el informe de John Dugard, Relator especial de la Comisión Europea para los Derechos Humanos, presentada en la Comisión de septiembre de 2003. Sobre el impacto específico del muro en la crisis humanitaria, véase el informe de Naciones Unidas “The Humanitarian Impact of the West Bank Barrier on Palestinian Communities” (El impacto humanitario de la barrera del West Bank en las comunidades palestinas), septiembre 2004.
4          En ocasiones, se distingue entre ejercicio legal e ilegal de la fuerza y únicamente se considera violento éste último. A veces, el uso de la fuerza (legal o no) que no implica el contacto directo con un cuerpo expuesto no se considera violento. Nosotros creemos que una acción es violenta al margen de su legalidad y de la existencia del contacto real entre fuerzas físicas y cuerpos expuestos. No obstante, en este contexto no abordaremos el tema de la relación entre legalidad e ilegalidad del acto de violencia, tan sólo el de la  interacción entre la suspensión y la erupción de las fuerzas físicas.
5          Compárese el excelente análisis de Louis Marin sobre el poder y la representación en la introducción de The Portrait of the King (El retrato del rey), Minneapolis: Minnesota University Press, 1987.
6          Aquí tomamos prestado el término de Giorgio Agamben en Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life, Stanford: Stanford University Press, 1998, p. 18. (Traducción al castellano: Homo Sacer: el poder soberano y la nuda vida, Valencia: Pre-textos, 1998). Como se verá más adelante, nuestra deuda con Agamben va mucho más allá de este préstamo.
7          Pensamos, por ejemplo, en algunos de los puestos de control recién erigidos en los que decenas, cientos o miles de personas se ven atrapadas en una reducida área rodeada de alambradas. Las colas de horas que se forman para pasar no tan sólo significan humillación, desposesión de sus derechos y el robo de su tiempo, sino que la zona frente a la puerta está tan abarrotada que las personas se pisan unas a otras, se empujan y se aprietan contra el alambrado, casi asfixiándose, cargando a duras penas con sus pertenencias e incapaces de atender a niños sollozantes, mayores y enfermos. Pero mientras la previa para pasar se convierte en una espera tortuosa, el momento del cruce está informatizado y perfectamente controlado y, al parecer del ejército, es mucho más eficaz. Para un análisis exhaustivo del puesto de control, véase el próximo trabajo de Tal Arbel “The Checkpoint” (El puesto de control).
8          El ejercicio de la violencia se ejerce de forma constante en los puestos de control comentados en la nota anterior. Se confina a las personas en un espacio muy pequeño, se les hace esperar en fila y pasar por una única puerta rotatoria, pero este tipo de violencia nunca se vuelve espectacular. Los cuerpos se tocan, se empujan y se retienen durante horas, pero no se atraviesan ni se masacran, ya que los soldados casi nunca disparan ni hacen uso de sus varas.
9          Sobre los aspectos legales del poder en los Territorios Ocupados de Palestina, véase Eyal Benvenisti, Legal Dualism: The Absorption of the Occupied Territories into Israel (Dualismo legal: la absorción de los Territorios Ocupados dentro de Israel), Boulder: Westview 1990, y The International Law of Occupation (La ley internacional de la ocupación), Princeton NJ: Princeton University Press 1993, cap. 5. Véase también Orna Ben-Naftali, Aeyal M. Gross y Keren Michaeli, “Illegal Occupation: Framing the Occupied Palestinian Territory” (Ocupación ilegal: Cómo formular el Territorio Ocupado de Palestina), Berkeley Journal of International Law, pendiente de publicación.
10 Téngase en cuenta que no nos referimos simplemente a la propaganda, a la que cualquier consumidor de noticias está expuesto en todas partes, sino a cuando temas como la educación, la literatura y la memoria pública, entre otros, se modelan desde un punto de vista ideológico.
11 Compárese con Étienne Balibar, “Citizen Subject” (Ciudadano sujeto) en Eduardo Cadava et al. (ed.) Who Comes after the Subject? (Quién viene después del sujeto?), Londres: Routledge, 1991, pp. 33-60. Véase la discusión en torno a la figura clásica del subjectus, pp. 40-44. [N. de la T.: en inglés subject remite a “sujeto” y “súbdito”].
12 El éxito parcial que obtuvieron en la corte suprema de algunos pleitos contra la construcción del muro, que aquí presentamos como ejemplos a modo de réplicas, ratifican nuestra postura: la construcción se paralizó en algunos lugares y se aceleró en otros; el ejército nunca cesó de ejercer presión en los habitantes de las zonas donde debía levantarse; las manifestaciones a lo largo del trazado del muro se han recrudecido y la represión se ha vuelto más violenta e incluso, a veces, mortal.
13 Ganar significa asestar el último golpe, pero éste sólo es el último de una serie infinita que crea las condiciones para el próximo golpe, de modo que ganar siempre alberga el embrión de perder, y viceversa. La única diferencia real es el mayor o menor grado de mortalidad y destrucción de la violencia. Según esta escala cuantitativa, los palestinos salen perdiendo.
14 Walter Benjamin, “Critique of Violence” en Selected Writings, vol. I, 1913-1926, Cambridge MA: Harvard University Press, 1996, pp. 236-252. (Traducción al castellano, Para una crítica de la violencia y otros ensayos, Madrid: Taurus, 1991).
15          Ibid., p. 242; Jacques Derrida, “Force of Law: The Mystical Foundation of Authority” en Cardozo Law Review, vol. 11, nº 5-6 (1990), pp. 921-1045. (Traducción a castellano de Adolfo Baberá y Patricio Peñalver Gómez, Fuerza de ley. Fundamento místico de la autoridad, Madrid; Tecnos, 1997).
16 Giorgio Agamben, Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life, cap. 1. Op. cit. n. 6
17 Existe una disminución real del número de intentos y de ataques terroristas perpetrados con éxito desde 2004 y, aunque puede estar relacionada con el muro, es muy difícil de demostrar. Puede haber muchos más factores en juego, como las matanzas diarias de palestinos acusados de ser combatientes y un cambio en el ambiente político, que expresa un apoyo cada vez menor a los atentados suicidas. El discurso de seguridad del muro contempla a los palestinos como bombas andantes que hay que detener a las puertas de Israel y no como sujetos que piensan y actúan libremente. Sin tener en cuenta la voluntad y la perseverancia de los palestinos, ¿cómo se explica que en la Franja de Gaza, completamente sellada (por una valla en lugar de un muro), los disparos y bombardeos palestinos sobre las zonas israelíes sean constantes? ¿Y por qué no sucede lo mismo en el West Bank?
18  Hay otros grupos cuyos mapas pueden ser diferentes como, por ejemplo, los judíos israelíes que no son colonos, o los palestinos con ciudadanía israelí. Aún así, no difieren tanto de los tres mapas principales sobre los cuales debatimos aquí.
19 Por lo menos en teoría, aunque a veces algunas zonas son menos permeables durante una temporada, dependiendo de la intensidad de la resistencia palestina.
20 Giorgio Agamben, Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life, parte I. Op. cit. n. 6.
21 El sociólogo palestino Sari Hanafi describe detalladamente la relación destructiva de los israelíes con el espacio habitado por los palestinos y su entorno, a la que llama “spacio-cide”. Sari Hanafi, “Spacio-cide and Bio-politics: Coupling Refugees Issue and Land Issue in the Israeli Colonial Project” (Spacio-cide y biopolítica: la relación entre el tema de los refugiados y la tierra en el proyecto colonial israelí), pendiente de publicación.
22 Gorgio Agamben resucita la figura romana del homo sacer, alguien a quien se puede matar sin ser castigado pero cuyo sacrificio religioso, no obstante, no se permite (Giorgio Agamben, Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life, parte I. Op. cit. n. 6)
23 Ibid., parte III, especialmente cap. 7. Parafraseando el título de esta parte del libro, se podría decir que el campo se ha convertido en “el paradigma” o “el nomos” de la dominación israelí en los territorios ocupados. No obstante, es importante tener en cuenta que, como se explica en las páginas 12 y 13, este campo no tiene unos límites externos marcados.
24 Para renovarlos hay que moverse, pero el movimiento se limita cuando los documentos dejan de ser válidos. Tal Arbel documenta el círculo vicioso de las políticas de los permisos en su trabajo, de próxima publicación.
25          Más de tres años antes de la segunda Intifada, B’TSELEM informó sobre el “desplazamiento silencioso” de miles de residentes (informe especial sobre el desplazamiento silencioso, abril 1997). Después de septiembre de 2000, la negación de los derechos de los residentes por parte de la administración sólo ha hecho que aumentar.
26 “En los últimos tres años y medio, el ejército israelí y las fuerzas de seguridad han destruido más de 3 000 viviendas, centenares de edificios públicos, propiedades comerciales privadas y vasta extensiones de tierra cultivable en Israel y en los Territorios Ocupados. Decenas de miles de hombres, mujeres y niños han sido desahuciados y se han quedado sin casa o sin su fuente de sustento. Miles de casas y propiedades han sufrido daños, en muchos casos, de forma irrecuperable. Además, otras decenas de miles de viviendas están amenazadas con la demolición y sus ocupantes viven con miedo al desahucio y a quedarse sin casa”. Informe de Amnistía Internacional, Israel and the Occupied Territories Under the rubble: House demolition and destruction of land and property (Israel y los Territorios Ocupados bajo los escombros: Demolición de viviendas y destrucción de tierras y propiedades), mayo 2004.
27 Cabe destacar que Israel administra un conjunto de tierras que comprende casi una cuarta parte del territorio que gobierna y que engloba a casi un tercio de la población que vive oficialmente bajo su control, directo o indirecto. En el pasado, algunos regímenes construyeron y administraron campos mucho mayores y peores que este. Puede que el régimen Israel construya un campo de una extensión tan desproporcionada que podría amenazar con engullir al poder que lo ha erigido.
28Para el estudio y la clasificación de las más de 50 puertas para cruzar el muro véase, por ejemplo, el informe de Naciones Unidas “The Humanitarian Impact of the West Bank Barrier on Palestinian Communities” (El impacto humanitario del muro del West Bank en las comunidades palestinas), 1 septiembre 2004.
29          Es razonable suponer que las fuerzas políticas del exterior intervendrían en caso de que la situación en los territorios llegara al extremo de la catástrofe, siendo reconocida como “emergencia humanitaria compleja” por los países de Occidente. Hasta el momento, Israel ha tenido cuidado en no alcanzar ese punto. En este caso lo que nos interesa es el modo en que Israel, tras poner los territorios “al borde de la catástrofe” ha utilizado este límite como mecanismo de dominación.
30  Véase nota 2.
31 Véase Anne Le More, “Foreign aid strategy” (La estrategia de la ayuda exterior) en The Economics of Palestine: Economic Policy and Institutional Reform for a Viable Palestinian State (La economía de Palestina: Políticas económicas y reformas institucionales para un estado palestino viable), David Cobham and Nu’man Kanafani (ed.), Londres: Routledge, 2004; Adi Ophir, “The Role of the EU” (El papel de la UE), conferencia presentada en la Faculty for Israeli-Palestinian Peace (FFIPP), III Conferencia Internacional (Bruselas, julio 2004). Véase Mary B. Anderson, “‘Do No Harm’ – Reflections on the Impacts of International Assistance Provided to the Occupied Palestinian Territories” (No hacer daño. Reflexiones sobre el impacto de la ayuda internacional en los Territorios Ocupados Palestinos), informe sobre la visita a los Territorios Ocupados Palestinos, del 9 al 17 de mayo de 2004.
32 Lo otro que un palestino siempre puede ofrecer es su colaboración con el aparato del poder.
33 Las presentaciones no sólo se llevan a cabo en los puestos de control, también en la decena de oficinas de “administración civil”, las llamadas District Civil Liaison Offices (Oficinas de Relaciones Civiles del Distrito), donde se presentan las solicitudes para los permisos. Dichas oficinas forman parte de mecanismo global de limitación de movimientos y hay que integrarlas en el marco de la geografía del muro y la red de puestos de control, controles de carretera, puertas de cruce y entradas. Véase el informe de Physicians for Human Rights y Machsom Watch, The Bureaucracy of Occupation: the District Civil Liaison Offices (La burocracia de la ocupación: las Oficinas de Relaciones Civiles del Distrito), diciembre 2004;  Tal Arber, pendiente de publicación.

Ariella Azulay / Adi Ophir. pdf